NOTAS SOBRE LA CULTURA DOMINICANA
Carlos Esteban Deive
Artículo aparecido
en Boletín del Museo del Hombre
Dominicano - Año VIII, Núm. 12 (Enero 1979).
FRAGMENTO SOBRE LA
PRESENCIA AFRICANA EN NUESTRA CULTURA
El proceso de colonización,
caracterizado en principio por el modo de producción minera y más tarde agotado
éste por el azucarero, obligó al conquistador a introducir en Santo Domingo
desaparecida la mano de obra indígena, poco resistente al trabajo forzado al
negro africano en calidad de esclavo.
La presencia del negro en la isla data
de los primeros años de su descubrimiento. Sabemos con certeza que ya en 1503
existían en la Española esclavos suficientes en número como para rebelarse y
huir a los montes, ya que el gobernador Ovando se quejaba de las fugas y malas
costumbres que los africanos daban a los nativos, con quienes convivían en sus
refugios apartados de los centros urbanos.
Los esclavos traídos a Santo Domingo
procedían de diversas zonas de África y, por tanto, pertenecían a culturas
diferentes. En las primeras épocas esos esclavos eran ladinos, es
decir, nacidos en España y cristianizados, pero a medida que el tráfico y
comercio se intensificaban y las autoridades de la colonia reclamaban más mano
de obra servil para las plantaciones y otros quehaceres, se permitió la
introducción de negros bozales, importados directamente de África.
El negro africano llegó, pues, a Santo
Domingo, en calidad de esclavo, y fue él quien completó, con su trabajo
forzado, la actividad del español conquistador. Es por tanto la situación de
esclavitud la que marca, como trazo fundamental, la presencia del negro en la
isla. Como esclavo, y a causa de esa situación, el negro arribó a América con
sus culturas quebrantadas. Arrancado por la fuerza de su tierra, transportado y
trasplantado a un nuevo hábitat, obligado a integrarse a una sociedad que no
era la suya y en la que se encontraba en una posición de absoluta subordinación
económica y social, el negro africano vio así destruida su organización tribal
y política, sus formas de vida familiar y, en fin, todas sus estructuras
sociales originales. Mientras el español se limitó a importar su sociedad y
civilización, no teniendo que hacer otra cosa sino adaptarlas a un nuevo medio,
la esclavitud, al desgarrar la cultura africana original, sólo permitió que el
negro trajera consigo sus creencias y valores, debiendo sujetarse, en cambio, a
una sociedad distinta a la suya e impuesta por su amo blanco.
Aun cuando el trasplante de esclavos
negros tuvo como escenario un hábitat similar al existente en la costa
occidental africana, las características singularmente dramáticas de ese
trasplante impidieron que aquellos pudieran mantener intactas sus culturas. La
sacudida violenta y atroz que significó para ellos su desarraigo solar, y el
régimen de opresión a que fueron sometidos, ni siquiera les dejó utilizar
enteramente sus técnicas en relación con el nuevo ambiente. De ahí que, en la
actualidad, tal como dice Bastide (1969), no puede hablarse de civilizaciones o
culturas africanas en América, sino de culturas negras o más bien de rasgos,
restos de esas culturas.
Varias décadas han transcurrido desde
la aparición de la obra de Nina Rodríguez, y mientras a lo largo de ese tiempo
un número considerable de especialistas han venido dedicándose en otros países
a estudiar los vestigios o remanentes culturales negroafricanos en el Nuevo
Mundo, en Santo Domingo las aportaciones del hombre de color continúan siendo
ignoradas en gran parte. Hasta hace poco, y sólo de pasada, se hacía
referencia, si bien en términos peyorativos, a ciertos aspectos del África
"salvaje" y "supersticiosa" incrustados, como un tumor
maligno, en las entrañas del alma dominicana, y aún así esos aspectos fueron
siempre vistos como extraños y producto de aciagas circunstancias históricas.
Para los afroamericanistas, Santo
Domingo constituye un campo de trabajo fértil y virgen, no sólo por la escasez
de investigaciones realizadas hasta hoy, sino por las excelentes y envidiables
condiciones sociológicas que el país ofrece.
En efecto, la población negra y mulata
existente en Santo Domingo, es el resultado de diversas migraciones:
1) las procedentes directamente
de África, ocurridas en la época de la colonia. Estas migraciones comienzan
en los años iniciales del siglo XVI y se continúan prácticamente hasta el siglo
XVIII.
El mito de la escasez de mano de obra
negra, sustentado calurosamente por los hispanistas a ultranza, no resiste el
más somero análisis de las fuentes históricas. A partir de la primera mitad del
siglo XVI la población de color era tan numerosa y los cimarrones pululaban por
todos los puntos de la isla con tan desparpajo que la Corona española se vio
obligada a dar instrucciones a las autoridades de la colonia con el fin de
doblegar a los rebeldes. La abundancia de esclavos africanos mereció que
Fernández de Oviedo (1959) dijera que La Española era una copia fiel de África.
2) las migraciones de esclavos
fugitivos desde la colonia francesa de la parte occidental de la isla,
compuesta generalmente de negros fugitivos, huidos de los rigores de sus amos,
y que nutrieron la colonia española desde la época inicial del establecimiento
de los franceses en la isla.
Estos esclavos provenían directamente
de África, y en ciertos casos llegaron incluso a formar comunidades como la de
San Lorenzo de los Mina, que es hoy barrio o sector de la ciudad de Santo
Domingo.
3) los llegados de otros puntos
de las Antillas, sobre todo de las Menores, ya dominadas por franceses,
ingleses, holandeses, etc.
Más modernamente, ya en el período
republicano, la afluencia de negros a Santo Domingo continuó en gran número.
Cabe citar:
4) el tráfico de trabajadores
negros desde las Antillas inglesas en el primer tercio de este siglo
para laborar en los ingenios azucareros del este de la isla, y cuyos
descendientes se conocen hoy entre nosotros con el nombre de cocolos (Ver
al respecto: Bryan, 1973; Mota Acosta, 1977).
5) la inmigración de ex
esclavos norteamericanos, propiciada por el presidente haitiano Boyer a
partir de 1822, cuando logra el control de toda la isla. Estos inmigrantes se
avecindaron en Puerto Plata y la península de Samaná. Si bien la inmigración
concluyó pronto, los descendientes de esos ex esclavos constituyen en la
actualidad un grupo étnico y cultural bien definido y son objeto de interés por
parte de varios antropólogos norteamericanos.
6) la numerosa mano de obra
importada desde Haití, y cuyo flujo prosigue hoy, la cual se ha incorporado
en gran parte a la población dominicana, ya legal o ilegalmente.
Todas esas migraciones han contribuido
grandemente a aumentar los distintos procesos de transculturación operados en
Santo Domingo desde los primeros días de la esclavitud.
Remanentes culturales africanos se
observan en Santo Domingo en muy diversos aspectos: música, baile, creencias
mágico-religiosas, cocina, economía, diversiones, hábitos motores, lenguaje,
etc. Un estudio pormenorizado de esos remanentes está todavía por realiza a
pesar de los intentos parciales llevados a cabo hasta ahora por algunos
investigadores. Es necesario además precisar la procedencia tribal de los
esclavos, y una historia más documentada de la esclavitud en Santo Domingo debe
emprenderse de inmediato.
Veamos a continuación, en forma
sumaria, los principales vestigios negroafricanos presentes en la cultura
dominicana actual.
Tal vez la mayor influencia del esclavo
africano se observe en la música y baile. Tal influencia se origina en las
danzas, que como la calenda, se practicaban en Santo
Domingo, como en otros lugares de América, desde los años iniciales de la
esclavitud. Debemos al padre Labat, quien viajó por las Antillas en el siglo
XVIII, una descripción bastante minuciosa de la calenda.
De esta danza derivan, según
investigaciones realizadas por el folklorista Fradique Lizardo, varios de
nuestros ritmos populares. Uno de los más generalizados de todos es los palos,
nombre con que se designa tanto al ritmo como a los membranófonos utilizados.
Ritmos nacionales de obvia impronta africana son la sarandunga,
los congos, la jaiba, el chenche
matriculado, etc. La salve, que al decir de la
etnomusicóloga norteamericana Martha Davis, es la más típica de los géneros
tradicionales dominicanos, presenta dos estilos: uno claramente español,
amétrico y antifonal, y otro polirrítmico, fuertemente hibridado entre lo
español y lo africano. Entre los instrumentos de origen africano cabe citar
los palos, el balsié, la gallumba,
etc.
La música popular dominicana está
íntimamente ligada a la cultura religiosa, y se interpreta sobre todo en las
llamadas fiesta de santos, conocidas también, según la zona del
país, como velaciones, velas o noches de
vela. Otros ritmos populares son de evidente origen español, como la mangulina y
el carabiné.
Las creencias mágico-religiosas
dominantes entre las capas campesinas y populares dominicanas reflejan el
sincretismo cristiano-africano operado desde los tiempos de la colonia.
El vodú dominicano es de obvia procedencia haitiana,
pero sus rasgos y complejos se muestran degradados en Santo Domingo. Al panteón
voduísta criollo se han incorporado muchas divinidades o loas nativos.
El rasgo más característico del vodú dominicano es el que lo relaciona
directamente con la actividad mágica. Las correspondencias entre los loa y
los santos católicos son similares a las haitianas (Deive: 1975).
La magia dominicana es también una
mezcla heterogénea de creencias y ritos africanos y europeos, estos últimos
especialmente españoles. Animales míticos como el bacá y
el galipote proceden de Haití. Las clásicas brujas y las
características que las rodean son españolas. De Europa nos viene la
superstición del mal de ojo, la supuesta existencia de lugarús (loup-garou)
y numerosos hechizos y encantamientos, amén de la mayoría de las artes
adivinatorias.
Los ritos funerarios contienen muchos
rasgos de ascendencia africana que son compartidos con otros países de América.
Un ejemplo típico es el baquiní o velorio del
angelito.
En el campo económico destacan las
diversas instituciones de ayuda mutua, existentes tanto en los campos como en
las ciudades. En los medios rurales, estas instituciones se presentan en forma
de agrupaciones de campesinos que se reúnen para colaborar en determinadas
faenas agrícolas, como siembras, talado de bosques, preparación del terreno,
etc. Reciben el nombre de juntas o convites y
presentan características similares al combite haitiano,
estrechamente emparentado con el dokpwe de los fon de
Dahomey. Dichas faenas se acompañan de cantos e instrumentos musicales que
sirven de estímulo y coordinación en el trabajo. Todos los miembros de una
junta están obligados a reciprocar la ayuda prestada y colaborar en las labores
de los demás. Al finalizar la jornada se celebra una fiesta que corre a cargo
del propietario del terreno.
Otra institución de ayuda mutua, de
origen africano, es el sistema de crédito rotativo que se conoce con el nombre
de san y que corresponde al Esusu yoruba.
Como en Nigeria y otras partes de Afroamérica, el san lo
integran preferentemente mujeres. Consiste, como es sabido, en el
establecimiento de una caja común a la que cada participante del san contribuye
con una suma mensual o semanal. Cada socio recibe, en forma rotativa, el valor
total de la caja, empezando por el que la organizó (Pollak-Eltz).
La cocina dominicana contiene productos
y platos de procedencia africana. Entre los primeros figuran el guandul, el
ñame y el funde. Platos típicamente africanos parecen ser el mofongo,
preparado a base de plátanos verdes y, derivados de la cocina cocola, el fungí y
el calalú. Una bebida común entre los esclavos negros era el guarapo,
que se saca del jugo de caña de azúcar.
De los cocolos descendientes
de los inmigrantes negros de las Antillas británicas nos vienen ciertas
diversiones como las practicadas por los buloyas o Guloyas y
los Momís, ambos de la ciudad oriental de San Pedro de
Macorís. Los primeros, según la opinión más generalizada, son grupos de
máscaras que representan, aunque en forma muy degradada, escenas del combate
bíblico entre David y Goliat. Los segundos son un remanente de las tradiciones
inglesas del Mummer's Play, traído a las islas antillanas por los
colonizadores británicos, obras dramáticas que se escenificaban en Navidad.
Los momís, según Martha Davis, tienen un aspecto carnavalesco en el
que se advierten influencias africanas, sobre todo en los trajes y el
comportamiento de sus integrantes.
Ciertos juegos infantiles practicados
hasta hace poco han sido reportados por el investigador Veloz Maggiolo como de
origen africano. Son ellos el fufú, formado por un botón
grande y un hilo que se pasa por dos orificios de dicho botón; las castañuelas
de palitos; la bocina, fabricada con una caja de fósforo y la
"cajita" (1977, 84).
La influencia africana en el lenguaje
dominicano no es muy significativo, pero aún así es posible rastrear numerosos
vocablos importados por el esclavo negro y que se han incorporado al léxico
popular. Una gran parte de esos vocablos es común a otros países antillanos,
como Cuba y Puerto Rico. Citamos, entre otros, las voces bemba, bachata,
guineo, quimbamba, añangotarse, etc.
Si la cultura dominicana es una
simbiosis rica y dinámica de distintas influencias indígena, negra, española
conviene preguntarse en qué momento de la historia de Santo Domingo comienza a producirse
esa simbiosis. La respuesta no es fácil y para encontrarla habría que
remontarse, tal vez, a los comienzos del siglo XVIII, cuando lo que Veloz
Maggiolo denomina el "sentido del criollismo", empieza a surgir a
partir de las devastaciones del gobernador Osorio, hecho que condujo, a la
división de la isla en dos colonias (1977, 11).
El término criollo,
aplicable en sentido general a todo lo originario de los países americanos,
estaba reservado exclusivamente, a partir del siglo XVI, para denominar a los
hijos y nietos de africanos nacidos en estas tierras. El documento más antiguo
que atestigua la presencia de esa palabra se encuentra en el testamento de Juan
de Castellanos, en la parte que hace relación a los esclavos domésticos,
propiedad de este autor. En esa relación aparecen los nombres de varios
esclavos domésticos, como "Ambrosio, negro criollo"; "Andrés,
criollo de Santo Domingo", etc. (Álvarez: 1974). En 1590, el padre Acosta
lo utiliza para nombrar a los nacidos de españoles en Indias, y el Inca
Garcilaso de la Vega lo aplica indistintamente a los españoles y negros. Ya en
el siglo XVIII el adjetivo criollo designa a todos los nacidos en América, no
importa la casta o mezcla de donde provengan. Se exceptúan de este calificativo
a los descendientes de indígenas.
El criollo, o nacido en América, inició
así un proceso de adaptación a la tierra y al clima que lo obligaron a rechazar
la cultura de sus mayores para crear otra más acorde con su medio ambiente. Ese
vivir diferente es el que da origen a la cultura criolla, distinta por tanto a
la de los europeos que siguieron llegando al Nuevo Mundo.
Existe documentación que prueba que en
ciertas zonas americanas, como en México, esos matices culturales diferenciales
son ya observables en las postrimerías del siglo XVI. Un ejemplo evidente lo
tenemos en la obra de Juan de Cárdenas, médico sevillano que en su obra,
editada por primera vez en 1950, se refiere a las novedades que en cuestión de
modales, expresiones verbales y actitudes mentales distinguen al nacido en
Indias del "cachupín venido de Indias" (Arrom: 1953, 267).
El proceso de formación de la cultura
dominicana, que puede situarse a partir del siglo XVII, responde pues a la
necesidad del criollo de adaptarse al hábitat donde vive y es el resultado de
un largo y prolongado mecanismo de transculturación que se inicia sobre todo a
partir de la cultura española, lógicamente predominante, a la que luego se
mezclarán ingredientes procedentes de la aborígen y africana.
A estos ingredientes habría que añadir
los derivados de etnias y nacionalidades de inmigración reciente, como la
árabe, la asiática y la judía, si bien esta inmigración no es muy significativa
en el proceso de criollización cultural.
¿Pertenece la cultura dominicana a lo
que se conoce como el "área cultural" del Caribe? La expresión
"área cultural" es un artificio inventado por los antropólogos para
designar un espacio geográfico dentro del cual conviven pueblos que presentan
culturas más o menos parecidas. Ahora bien, lo que llamamos "Caribe"
ha sido delimitado de diversas maneras. Ciertas clasificaciones hacen
comprender en él solamente a las islas que bañan el mar de las Antillas y el
Atlántico, pero otras incluyen Centroamérica y la costa norte de Sudamérica.
Por otra parte, lo que Wagley denomina "la esfera de la Plantación",
cuyos rasgos define a partir fundamentalmente del Caribe, abarca no sólo las
zonas señaladas, sino también el sudeste de los Estados Unidos.
Es obvio que la cultura dominicana en
nada se asemeja a la centroamericana, ni a la del sudeste norteamericano, y los
rasgos que comparte con los países de la costa norte de Sudamérica son bien
pocos. Habría entonces que delimitar el espacio del "área cultural"
del Caribe, para que en él pudiese tener cabida la cultura dominicana a las dos
Antillas: las mayores y las menores. Pero las primeras incluyen a Jamaica, cuya
cultura es muy diferente a la nuestra, y en cuanto a las segundas, colonizadas
por diversas potencias europeas, apenas es posible observar ciertos rasgos
comunes. Tal vez los dos únicos países que más se parecen culturalmente al
dominicano sean Puerto Rico y Cuba y, en menor medida, Haití.
Por otra parte, la "esfera de
plantación" o afroamericana señalada por Wagley (1968) abraza el noreste
del Brasil, la Guayana francesa, Surinam, Guyana, la costa caribeña de América
Central, el Caribe y el sudeste de los Estados Unidos. El propio Wagley ha
sumarizado los rasgos comunes a esta región, de los cuales los más importantes
son: monocultivo bajo el sistema de plantación, estructura social rígida,
sociedades multirraciales, débil cohesión comunitaria, pequeños propietarios
campesinos bajo el régimen de subsistencia y régimen familiar de carácter matrifocal,
todo ello influido por supervivencias negroafricanas tanto en el folklore como
en las creencias religiosas.
Qué rasgos de los indicados se
encuentran en Santo Domingo es difícil de indicar, pero parece que una
estructura social rígida no es aplicable a la cultura dominicana y la
matrifocalidad de nuestra familia es muy discutible. Grupos como los Bush Negro
de Surinam y la Guayana francesa o los Caribes Negros de St. Vincent, son
totalmente ajenos, culturalmente hablando, al pueblo dominicano.
Si existe una cultura del Caribe en la
cual esté incluida la dominicana es requisito obligatorio definir previamente
cuál es el espacio geográfico implícito en ese término y qué se entiende por
esa cultura.